LOS GRANDES HOMBRES
TERCER LUGAR- II NIVEL
Jean Calderón Bravo
13 años
8º Básico, Escuela Capitán Arturo Prat Chacón, Punta Arenas
“V Concurso Nacional Escolar de Pintura y Cuentos, Bomberos de Chile". 2002
Mirando por los ventanales de mi casa cómo avanzan el tiempo y las personas, vienen a mi mente los recuerdos de mi niñez, cuando observaba en las es libres la hermosa labor de los voluntarios del cuartel de bomberos cerca de mi casa, allá en mi cerro de Valparaíso.
Vienen a mi frágil mente ya desgastada por los años. Recuerdo que junto a policías y ciudadanos, acudíamos a algún siniestro. Debo decir que en esa época no había cuarteles, ya que de noche mamá me esperaba con una leche caliente, pues venía mojado y tiritando, pero mi rostro sentía la satisfacción de haber hecho una buena acción.
En el colegio siempre se hablaba de valores y vocación y desde mi banco miraba a mi maestra Teresa, que me parecía que se dirigía a mí.
Terminada mi jornada escolar, lo único que deseaba era correr a mi cuartel, para mirar y preguntar todo, me parecía un sueño ser bombero, siempre lo deseé y ahora estaba allí. Con nostalgia revivo un horroroso incendio ocurrido en una iglesia, sí, veo las llamas que la envolvían. Pedí a Dios que esto se evitara y en minutos la nada misma. Repito: las llamas no miden el tiempo, personas ni condición, por algo se le llama siniestro y creo que su nombre lo refleja bien.
Cada vez que el deber me llamaba a mi siniestro, por mis venas corría la sangre con más fuerza y debía combatir las miles de figuras que se dibujan en las llamas.
¡Cómo quisiera hoy estar en el cuartel! Pero mis débiles fuerzas me llaman al descanso. Lo que en mi juventud viví junto a mis leales compañeros, serán los recuerdos que mis labios repetirán hasta que el Señor me llame.
Aprendí en la escuela un poema de Gabriela Mistral, se llamaba "Placer de servir", cómo lo aprendí y supe valorar que lo que hacía era maravilloso. ¡Cómo cambian las cosas! En medio de una sociedad tan llena de problemas, con personas que sólo piensan en tener, digo con mucha seguridad que siempre van a existir estos grandes hombres, que desean sembrar el planeta con signos de vida. Estas valientes personas son capaces de dar sus vidas y están dispuestas a ayudar a quienes las necesiten.
En el ocaso de mi vida, aún llevo encendida la llama del insigne bombero, su entrega es tan abnegada que solamente el que integre las filas de la institución podrá dimensionarla.
Cada vez que un voluntario golpea mi puerta y me pide colaborar con la institución, mis ojos se llenan de lágrimas y quisiera entregar mi corazón como gesto de gratitud.
Mañana es un nuevo día, volveré a recordarlos y decirles que parte de mis años quedaron en mi cuartel, allá en un cerro de Valparaíso.