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Estampillas
INCENDIOS EN EL SUR
 

Del fuego abrasador huyen los caballos
por la llanura del desierto cielo,
que en su aliento fugaz enciende el suelo
y los tuesta su viento quemador.
 
Arde el monte y la loma en su destino
donde el alto alerce espera el trueno
y la flecha presagio de su sino
perfora el rayo su fuego aterrador.
 
Lánguido, palpitante, muy quemado
el roble exhala su lamento agudo
de auxilio en el espesor del bosque mudo,
donde tibio corre el arroyo soñador.
 
Ya la tímida flor su cáliz cubre
abrochando su corola perfumada,
como dama que oculta avergonzada
con sus manos el pecho encantador.
 
El verde césped matízalo el ganado,
en los montes atronando brama el toro;
donde sus ecos, cual clarín sonoro
de follaje repitiendo van.
 
Y levantando sus variadas colas
saltan los cachorrillos por los prados,
se escuchan balar a otros encerrados
y las madres mugir se sienten con afán.
 
Amontónanse en las ramas los insectos
que de la tierra calurosa brotan
se agitan, caen, vagan, se alborotan
en mil clamores y con bullicios mil.
 
Y con rudos conciertos de reptiles
  invaden incansables los pantanos,
arrancando del fuego en el arcano
reclamando con voz muda y varonil.
 
Ya el hombre en esta atmósfera candente
al par que el alma arrebatarse siente
por entre sus grietas un volcán latente
cruza su cuerpo abatido en proporción.
 
Y se liquidan sus flexibles nervios
como se liquida su musculatura
y de sus entrañas trémula fulgura
 y se incendia su fuerte corazón.
 
La tierra fecundante al vencedor
sus campos cede de los más floridos
con sus lirios de púrpura vestidos
donde se sacrifica el labrador.
 
Si sufres mucho invocarás al cielo
porque allá está Dios que galardona
tiene virtud, razón, constancia y celo
y en medio de esa fe, Dios no abandona.
 
Autor: Enrique Jofré Troncoso