POEMA DEL CENTENARIO
CUERPO DE BOMBEROS DE TALCA, 1970
El fuego nimba con sus áureos giros
del Centenario el poderoso símbolo;
el tiempo, constelado en la proeza
de vencerlo en sus fieros arrebatos,
hoy le mira besar la orla en que lucen
nombres que son del Cuerpo la prosapia.
Porque es estirpe de varones recios
esa de alzarse en el minuto trágico
empuñando el valor como un alfanje.
Cien años ya que el fuego es domeñado
y allí están los heroicos adalides
renovándose siempre en la tarea
de abatir al versátil elemento
que ora se muestra cual lebrel sumiso
lamiendo de los hombres la pisada,
y ora arrasa, en vulcánico delirio,
los bienes que sustentan la confianza,
o traen del pasado la honda imagen
que perdura a través de la existencia.
Y esa llama que ondula, voluptuosa,
encuadrada en los lares del invierno
seguida por un corro de miradas,
en la hora crucial se alza, maléfica,
devorándolo todo, desgarrando
con su crueldad la pulpa del ensueño.
Yo hice del fuego un compañero lírico
y él alumbró las rutas de mi errancia,
en Roma, en una plaza, miré extática,
a unos mendigos recibir el dulce
beso de una fogata compasiva,
en el Sahara parpadeé su brillo
alrededor de esa blancura absorta
flanqueada de beduinos.
Lloré frente a ese fuego macilento
que dan los cirios que la muerte alumbran.
Y al penetrar en los oscuros templos
desde el altar, arrebolado en luces,
místico fuego me incendiaba el alma.
En París muchas noches, reverente,
fui a contemplar la llama que, cautiva
bajo el Arco de Triunfo vela el sueño
de aquel soldado ignoto y era entonces
una presencia amiga, emisario del bien,
delfín alado presto a mostrar
su corazón benigno.
Y yo canté su límpida presteza,
su tierna mansedumbre, su increíble
voluntad de servir a los humildes
y de ser lazarillo de las almas.
Y un Martes en que el trece fulguraba
con resplandor maligno
el fuego destruyó voraz, satánico,
las ciudadelas de mi fantasía,
todo lo que al pasado me ligaba.
Carbonizada mi ilusión, maltrecha,
nadie supo hasta que hondo paroxismo
el dolor que se oculta reverbera
y se hace fuego vivo de martirios.
Tea fui de mi propio sufrimiento
que a Dios se lo ofrecí y apaciguada
hoy que a cantar el Centenario augusto
del Cuerpo de Bomberos se me invita,
aquella llama del pesar oculto
irrumpe destellando en el poema.
Autora: Stella Corvalán