I
Al ver desvanecerse, almas sublimes,
Con vuestra juventud rica de dones,
Esa atmósfera azul que os envolvía
De ensueños, esperanzas e ilusiones.
La intensa pena de una amante esposa,
De una madre infeliz el hondo duelo,
Y la angustia del pecho de una virgen,
¡Iba yo a rebelarme contra el cielo!
Al elevar pensativa la mirada
En estos fríos, míseros despojos,
El dolor, en silencio, iba cubriendo
De una nube de lágrimas mis ojos!
Iba a llorar! cuando me hirió la frente
El rayo superior de una luz santa;
Y, eco de Dios, dentro del alma mía
La humanidad me dijo: admira y canta!
“¿Qué son un punto más o un punto menos
En nuestros días siempre fugitivos?
Lo que vale es, viviendo tras la muerte,
Ser la enseñanza eterna de los vivos.”
II
Yo no vengo a llorar! que de los héroes
En el sepulcro augusto no se llora:
La tumba de los héroes no es la noche,
Es del mundo moral radiante aurora.
Vengo a cantar el resplandor de gloria
En que se inunda esta morada triste;
La abnegación que eleva al ser humano
Sobre el ligero polvo que lo viste!
¡Como crecéis, oh víctimas, iguales
En el martirio ayer, hoy en la fama!
La aureola que corona el sacrificio
Inextinguible claridad derrama!
Luchando audaces contra el ígneo monstruo
Por contener su avance y sus furores,
¡Caísteis bajo el muro derrumbado,
Del incendio voraz de los horrores!
Sacrificar su yo, su hogar, su vida
Por la existencia y el hogar ajenos,
¡Eso es morir para elevar cien codos
Su talla entre los grandes y los buenos!