UN INCENDIO EN GUAYAQUIL ...
Una sirena distante
con estridente gemido
anuncia que el fuego ha hundido
su garra aleve y brillante
en la ciudad y, al instante,
- como audaces mosqueteros -
en sus carros los bomberos
van a su encuentro, volando
y a su paso despertando
vaticinios agoreros! ...
No hay cuadro alguno, quizás,
como ese, por duro y fiero,
de la lucha entre el bombero
y el fuego, engendro voraz.
La escena, aunque ruda asaz
ejerce fuerte atracción
y, al presentir la emoción
que espera a los concurrentes,
se ve por doquier las gentes
correr en su dirección!
El espectáculo es fuerte!
No en vano atrae al pueblo
que presiente, acongojado,
destrozos, llantos y muerte!
La claridad que se advierte
a gran distancia, en el cielo,
dice que allí es el flagelo
y en las noches en la altura
una antorcha que fulgura
para anunciar ese duelo!
Aquellas lenguas de fuego
elévanse cual montañas
y se retuercen, extrañas
en un diabólico juego!
El humo es un mounstro ciego
que ha encontrado la salida
de la profunda guarida
donde vivió apricionado
y que una vez liberado
emprende en veloz huída!
Más de un resuelto escuadrón
de esforzados combatientes
ha llegado prestamente
a intervenir en la acción.
Suena el clarín de invasión
contra las llamas mortales
y por calles y portales
y sobre muros y aceras
extienden ya las mangueras
los valientes oficiales!
Las aguas saltan, potentes
desde innúmeros pitones
que, en manos de esos campeones,
son a modo de serpientes
que vomitan torrentes!
El chorro salta a la altura
y, con gentil galanura,
forma un penacho en la cumbre
y cae sobre la techumbre
de la llameante estructura!
El hachero temerario,
acomete al edificio
valiente hasta el sacrificio,
en donde está el adversario
y, en ademán legendario,
rompe paredes y puertas
dejando así vías abiertas
al agua, que pide paso
para llegar sin retraso
a las estancias desiertas!