Ella me dijo - ¿quién eres?
Sin conocerte te quiero.
Soy – le dije algo confuso –
el que hablaste por teléfono.
Entonces tú me salvaste,
y me abrazó sonriendo.
A ti te debo la vida,
eres un señor muy bueno.
Luego mirándome alegre,
cariñosa me dio un beso.
Yo no pude remediarlo,
conmovido por el gesto
lloré lleno de alegría
igual que un niño pequeño.
La niña volvió a decirme:
¿Tú me salvaste la vida?
Entonces eres mi amigo,
desde hoy serás mi abuelo.
Yo, niña, no salvé a nadie;
fueron ellos los bomberos,
los que llegaron al punto,
los que apagaron el fuego,
pusieron agua del alma,
valor, pericia, denuedo,
y arriesgaron sus vidas
sin reparar en esfuerzos;
son ellos los que con ansia
lograron llegar a tiempo
y evitar un gran desastre
y una jornada de duelo.
Ya conoces desde ahora
lo que valen los bomberos,
a los riesgos que se exponen
para lograr sus empeños.
De nada sirven los llantos
los gritos y los lamentos
cuando se quema una casa
o un bosque se quema entero,
si no llegan cual titanes
unos hombres, los Bomberos.
Ya vez que montón de cosas
de repente sucedieron,
para hablarle del suceso
le dije a la niña bella:
se prendió fuego en tu casa,
me llamaste por teléfono;
yo di curso a tu llamada,
y llegaron los bomberos;
te ayudaron los vecinos,
reparamos el siniestro.
Pero te dije, mi hermosa,
que merecías un premio.
Y acercándola a mi rostro,
por los años ya muy viejo,
sobre la frente de lirios
le dejé un paternal beso,
y le dije, ya tranquilo,
entre serio y satisfecho:
- No dejes ninguna noche
de rezar por los bomberos.-
ALFREDO GUILLEN OLIVE