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I
Es un modesto hogar, en cuyo seno,
Como una dulce amiga encantadora
Con rostro siempre de sonrisas lleno
La paz del alma mora.
Viven en él dos jóvenes esposos,
Que cifran sus más íntimas delicias
En repartir con labios venturosos
Ósculos y caricias,
Entre dos pequeñuelos
Tan rubios, sonrosados y grandiosos
Como dos querubines de los cielos.
Noche de invierno, helada.......
De ese nido de amor en una alcoba,
Por suave media luz iluminada,
La esposa borda sin cesar, sentada
Ante un pequeño mueble de caoba.
Y el esposo, entre libros y papeles
Levemente inclinada la cabeza,
Que sueña acaso conquistar laureles,
Escribe ante una mesa
Envuelto en tibias y sedosas pieles.
Mudos están; pero de vez en cuando
Ambos al par suspendes sus labores,
Y quédanse mirando
En éxtasis de amores.
Y en ese idioma de expresión radiante
Que habla de amor en horas venturosas
La pareja gentil, a cada instante
¡Cuántas cosas se dice! ¡cuántas cosas!.......
Los niños duermen......... En su muelle cuna
Está junto a la madre el más pequeño
Y sonríe al dormir, sin duda alguna
Jugando con los ángeles en sueño.
Reposa el más crecido
En su leve camita, dulcemente
Y allí parece un querubín dormido,
De pardos ojos y serena frente.
Adentro de la alcoba todo es calma,
La augusta calma del hogar formado
Uniéndose dos almas en una alma
Por medio del amor apasionado.
Afuera el cuadro no es igual......... Afuera
Tiende la noche sus sombríos chales,
El viento brama, cual rabiosa fiera
Y la lluvia se azota en los cristales.
Reina adentro la tibia primavera
Desbordante de luz y poesía
Del amor santo y venturo y tierno;
Afuera están la tempestad sombría,
La noche y el invierno.
Está adentro el buen Dios, aquel que encierra
En su pecho bondad y amor profundo
Y afuera el Dios airado, el que la tierra
Un día en nada tornará iracundo.
Es hora de dormir........ ambos esposos
Su labor abandonan........ Un instante
Quedan ante la cuna, silenciosos
Con la dicha pintada en el semblante.........
Luego rompen su estático embeleso,
Se abrazan en caricia apasionada
Y en el lenguaje celestial de un beso
¡Cuánto se dicen sin hablarse nada!

II
La media noche ya pasó......... Ni un ruido
Salir del seno del hogar se escucha,
Que está en los brazos del amor dormido;
Afuera siguen en rabiosas lucha
La lluvia con el viento embravecido.
De súbito vibrar rápidamente
Se oye el agudo son de una campana,
Cuyas notas metálicas desgrana
Cual fúnebre canción, por el ambiente.
Tocando está a rebato
Y de tocar no cesa,
Con leve interrupción, de rato en rato.......
El eco triste de su voz ¿qué expresa?.......
¡Ah! lo que dice su angustiado acento
que llega al corazón ¿quién lo sabe?
Es una imprecación, es un lamento:
-         ¡Incendio!- clama: -¡Incendio!- y por el viento
-         vibra ese grito quejumbroso y grave........
La esposa en el hogar ha despertado
De sobresalto llena,
Algo así como un hálito pesado
  Que el ambiente envenena
Respirase en la alcoba. A sus oídos
Llega la voz de la campana, aguda,
Y sus tristes y rápidos tañidos
Al par le causan ansiedad y dura.
Va a su esposo a llamar; más de improviso
Ve, al través del cristal de la ventana,
Un resplandor rojizo
Mientras sigue sonando la campana.
Y sin poder hablar queda de espanto;
Mas puede al cabo reponerse, y luego
Descompuesta la faz, ¡deshecha en llanto:
--¡Mis hijos!—grita: --¡Esposo mío!...... ¡fuego!
¡Ampáranos, Dios santo!.......

III
¡Ah el horror del incendio!...... Una humareda,
Que desde abajo asciende
Caliginosa y leda
Sus negras alas hacia arriba extiende
Y arrebatada por el viento rueda.
Es ese del incendio pavoroso
El manto inmenso, funeral y oscuro:
Envuelto en él el monstruo, cual coloso,
Se yergue y trepa por el alto muro;
Hacia el techo encumbrado se abalanza
Rabioso y crepitante;
A su paso destruye cuanto alcanza,
Y rojas chispas por doquiera lanza
Mientras su mole ensancha a cada instante.






Ya parece un dragón que en loco vuelo
Desatado allí jira
Y que arrojando llamas, hacia el cielo
Subir, bramando de furor, se mira.
Ya el ancho cráter de un volcán semeja
Que expele de su seno, a bocanadas,
Negros vapores, claridad bermeja
Y un turbión de materias inflamadas.
Ya agudo cono enrojecido imita
Que sube por el amplio firmamento,
Que luego retorciéndose, se agita
Y luego a impulsos del furiosos viento
Se desgarra en pedazos y crepita.
Ya es águila de fuego que aletea,
Rozando las techumbres y murallas,
Ya roja tromba que al surgir chispea,
Ya explosión humeante de metrallas.....
Y en tanto el monstruo ruge
Y más impulsos toma,
Del alto techo el maderamen cruje
Y el empinado muro se desploma.....
Ah! el horror del incendio!...... Allá en la altura
Del edificio que el coloso ataca,
En un balcón, la pálida figura
De una mujer hermosa se destaca.
Turban su faz tan bella como inquieta
Las ansias del espanto, y como loca
Dos pequeñuelos junto a sí sujeta
Mientras salen clamores de su boca.
Hay un hombre a su lado que se afana
Por darle una esperanza que él no tiene.....
¿Qué salvarse podrán? ¡Ilusión vana!
Si acaso Dios en su favor no viene,
Para todos la muerte está cercana.
¡Pobres seres aquellos!
¡Ha un instante no más tan venturosos,
Tan amantes, tan jóvenes y bellos
Y ahora está la muerte cerca de ellos
Abriéndoles sus brazos espantosos!
Aún no llegan las llamas hasta el piso,
Nido de sus amores perfumados;
Pero están aislados,
El fuego los rodea, y de improviso
Pueden ser como aristas abrasados.
--¡Socorro!—gritan y su voz que implora
Como agudo gemido
Corre en alas del viento y se evapora
En el candente espacio enrojecido.
--¡Dejadme a mi morir; mas ¡por el cielo!
A mis hijos salvad!—la madre ruega;
Mas es inútil expresar su anhelo,
Nadie en su trance a socorrerlos llega......
¿Y quién podrá llegar sin que su suerte,
en medio de ese infierno que fulgura,
Caer no sea en brazos de la muerte
Y hallar entre las llamas sepultura?
¿Quién atrevido trepará a esa altura?
¿Quién podrá allá alcanzar sin tener alas?
¿Quién?..... ¡Solo un hombre! Vedlo como tiende
con fatigoso afán cuerdas y escalas
Y cuál por ellas los espacios hiende.
Un inmenso gentío
Anhelante lo mira desde abajo
Que pendiente de un hilo en el vacío
Prosigue en su titánico trabajo.
Por doquiera rodeando las llamas
Cual cárdenas serpientes monstruosas
De brillantes escamas
Que se agitan rabiosas;
Por doquiera lo envuelve una humareda
Sombría y asfixiante;
Pero nada hay que detenerlo pueda
Y sigue en su ascensión hacia delante.
Cansado, sudoroso, jadeante
Con la faz y las manos escaldadas
Llega arriba por fin tras ruda lucha:
¡Ya están las pobres víctimas salvadas,
¡Ya es sus brazos descienden desmayadas,
mientras abajo una ovación se escucha!

IV
¿Quién fue su salvador? ¿Quién fue aquel hombre
que al rojo monstruo desafió altanero?
La frente descubrid ante su nombre
Con respeto y amor: es el Bombero.
Es él, ese soldado
De noble corazón y brazo fuerte
Que se arroja al peligro, denodado
A disputar sus presas de la muerte.
Es ese luchador de alma bravía
Que al coloso del fuego no se abate
Sino que sus furores desafía
Porque el fuego es su campo de combate.
Su corazón del heroísmo es cuna
Más sus hechos heroicos no son crueles:
¡Gloria y prez para él, que cual ninguna
su frente es digna de ceñir laureles!
EL INCENDIO

(Hermosa composición poética leída por su autor don Abel González, en la repartición de premios a los voluntarios del Cuerpo de Bomberos de Curicó)
Revista “El Bombero Ilustrado” Año I, Nº 6, 2ª quincena octubre 1913