FUEGO, FUEGO!…
Poesía declamada por su autor, Samuel Fernández Montalva,
en la fiesta del Cuerpo de Bomberos llevada a efecto
en el Teatro Municipal de Quillota, mayo de 1915.
La noche oscura y fría
teje sobre los cielos su túnica sombría.
Hay voces apagadas de un esperar eterno
que lleva entre sus alas el viento del invierno.
El mundo aguarda, insomne, que llegue la mañana.
De pronto surca el aire la voz de una campana
que lentamente gime, que pide, que solloza,
para el palacio regio, para la humilde choza.
Y, lejos, allá lejos, sobre su tumba asoma
Nerón, que todavía piensa incendiar a Roma.
Porque ese campanario de música indecisa,
el fuego del incendio con su gemido avisa.
El eco de sus notas despierta al hombre bueno,
al hombre que se juega su vida por lo ajeno.
Y al sitio del peligro donde se sufre y clama,
En donde se agiganta devoradora llama,
acude presuroso,
y calma su presencia la angustia y el sollozo.
Entonan a su paso los cantos de alabanza
y en los dolientes pechos renace la esperanza.
El hombre bueno, lucha valiente y convencido
de verse al fin triunfante, con su deber cumplido.
Y, mientras la victoria por conseguir se afana,
solloza en la alta torre la voz de la campana,
y vibra en su sollozo el grito sobrehumano
de Abel al ser herido de muerte por su hermano.
En tanto, se acrecienta la llamarada infame
que con terrible furia surge, devora y lame
lanzando hasta los cielos el humo endemoniado
como hálito maldito del ángel revelado,
que busca, ansioso y ruin,
la abandonada pira que levantó Caín.
Comienza la batalla, feroz, sin tregua, a muerte
entre el amor y el odio, lo hidrófobo y lo fuerte,
la llama que destruye, la mano que levanta,
el grito de blasfemia, la melodía santa,
lo eternamente noble, lo eternamente atroz,
la bendición del cielo, la maldición de Dios.