EL BOMBERO
Los toques tristes, graves de una vieja campana
presurosos anuncian la hecatombe terrible,
o también la sirena con su clamor de hermana
solicita socorros en el alma sensible.
Sus hondas se dilatan con amplitud sonora,
pregonan el peligro del voraz elemento
y esparcen el quejido lastimoso que implora
de la gente virtuosa el feliz salvamento.
Son los clamores todos, los suspiros de angustia
salidos de los pechos que contrista el amago,
es el fúnebre coro, es la plegaria mustia
de las voces que claman impedir el estrago.
En el hombre inspirado de sublimes ideas
repercute el tañido, se conmueve su ser,
y al guiarse por lumbres de benéficas teas
no desoye el llamado que está haciendo el deber.
Del hogar el deshecha los más tiernos afectos
familiares, dulzuras del regazo que anida;
en pos de sus ideales apostólicos, rectos,
desafía peligros y desdeña la vida.
Su familia abandona, por salvar las extrañas;
sus deberes descuida, por salvar los ajenos;
abnegado defiende las humildes cabañas,
los hogares suntuosos, los malvados, los buenos.
No le importa el visaje del porvenir sonriente
ni los halagos tenues de este mundo vanal,
ni el azul espejismo que le tiende el ambiente
al irradiar visiones de sabor material.
Es como un nuevo apóstol de las nuevas doctrinas
que se van infundiendo en los senderos humanos;
es, como aquel Cristo de las frases divinas,
quien practica entre todos las protección de hermanos.
El siniestro ya lame con sus lenguas de fuego
el hogar en desgracia condenado al suplicio.
El bombero se lanza, impelido por ciego
y por tenaz empuje que inspiró el sacrificio.
Se dirige valiente a ese rudo combate,
y es rudo que hasta a veces el temible furor
del estrago amenaza tan sagrado rescate
y miserias convierte con su vil resplandor ...