“EL DIOS DEL FUEGO”
Mención Honrosa del Tercer Nivel
Autor: Carla Serpa Díaz.
Edad: 16 años.
Colegio: “Centro Educacional Eduardo De la Barra”
Curso: Segundo Medio.
Comuna: Peñalolén
Región: Metropolitana
* * *
La mañana del diez de febrero, la señora Hortensia preparaba su equipaje para viajar
por asuntos de trabajo.
- Madre, ¿otra vez me dejarás sola?- quiso saber su linda hija Elissa. Hortensia
sintió su corazón muy fuerte y le dijo:
- Hija, siento mucho esto y también que tu padre nos haya dejado, pero sé que te
cuidarás.
- Pero, ma... – antes de que alcanzara a terminar, Hortensia sólo le dijo que le
prometiera que iba a estar bien y que se iba a cuidar.
- Te lo prometo, mamá – se animó Elissa.
- Hija, aunque no pase la mayor parte de mi tiempo contigo, ¿me quieres?
Respóndeme, por favor.
- Por supuesto, mamá, desde que murió mi padre tu siempre has estado
apoyándome.
- Gracias, hija, mañana es el aniversario de la muerte de tu padre – agregó, algo
desesperanzada.
- Mamá, ¿a él le gustaba salvar vidas?- quiso saber Elissa.
- Sí - le respondió su madre algo pensativa–, por esa razón quiso ser un bombero.
Debe estar muy feliz en el paraíso– agregó con nostalgia. Tengo que
marcharme- y tomó su equipaje. Sólo serán dos días y espero que cumplas tu
promesa de cuidarte. Hortensia le entregó un dinero para que comprara de comer
para ella y sus mascotas. Luego se marchó y Elissa la despedía desde la ventana.
Cuando ya no se veía, Elissa bajo al sótano ya que tenía muchas ganas de revisar
las cosas que habían.
Cuando ya estaba en el sótano, encendió la luz y vio un desorden tremendo, se
agachó a recoger unas hojas y escuchó un ruido el cual la hizo caer sentada del susto.
- ¿Quién es? – preguntó Elissa atemorizada y vio que una cola se movía – eres tu
cochinín – agregó dando un gran suspiro de tranquilidad – eres un perro muy
maldadoso, yo nunca te enseñe que fueras así, creo que lo mejor será castigarte –
dijo mientras se levantaba y sacudía su vestido – ya has hecho tres barbaridades:
el viernes pasado le rompiste la muñeca a mi amiga Sophia, la pobre estaba muy
triste, ayer le comiste la comida a micifuz, ¿acaso no pensaste en que ella
también necesita alimentarse?, está harto flaca la pobre gatita –lo regañaba
tocándole la nariz con dedo índice – tercero, ves que mi madre sale y no haces
otra cosa que venir a meterte al sótano. Me vas a tener que ayudar, si no, mi
madre me regañará. Cochinín sólo la miró agachando su cabecita y dando un
gemido.
- ¿Qué será eso? – se preguntó Elissa-
Era un libro con unas letras resplandecientes que decían: “El Dios del Fuego” de
Arturo Jacksson – es un libro de mi padre se alegró Elissa – Cochinín, ve a buscarlo.
El perro estaba echado, abrió sólo un ojo y no obedeció la orden de Elissa.
- ¿No me harás caso? –le preguntó Elissa algo molesta– si no vas, no te daré
pastel y yo sé cuánto te gustan.
Cochinín, al oír la palabra pastel, salió de inmediato a buscarlo. – muy bien así
se hace-, lo felicitó Elissa, acariciándole la cabecita.
- ¿Viste cómo se llamaba el libro y quién es el autor? – preguntó Elissa sin esperar
una respuesta - ¡¡qué maravilla!! – exclamó – estoy muy orgullosa de mi padre y
sé que siempre me está cuidando. ¿Quieres que te cuente la historia?, pero
primero vamos a buscar pasteles para comer y fueron a la cocina. Al volver
Elissa, empezó a relatar la historia hasta que una cinta cayó de entremedio del
libro.
- Miren esto: está titulado igual –comentó Elissa, dirigiéndose a su perro y a
micifuz-, ahora podremos escucharlo por la radio-, y se sentaron a escuchar.
La mañana estaba fría, es diciembre de 1992 y está nevando, pero aún así Elissa
tenía ánimo para jugar en vez de irse a acostar, junto a sus mascotas, Cochinín y
Micifuz.
- ¿Escucharon?, los protagonistas somos nosotros – se alegró Elissa y sus
animalitos, con su mirada, le ordenaron que se callara.
Luego ya se haber desayunado, a Elissa se le ocurre jugar hacer comida para su hija
(su muñeca) llamada Sasami.
Al rato después, sintió mucho frío, así es que se le ocurrió encender la chimenea.
- Le lanzaré parafina-, decía, mientras lo hacía.
- Le prenderé fuego, le prenderé fuego – cantaba Elissa – creo que con un
encendedor- masculló.
- No lo hagas – intervino una voz.
- ¿Quién es? – quiso saber la niña que vestía una extraña peluca, que así se parecía
a Merry la niña del jardín secreto.
- Mi nombre es..., bueno en realidad no tengo... sólo soy el Dios del Fuego.
- Que tontería, creo que el desayuno me hizo mal o sino es el frío el que me hace
oír voces.
- Hazme caso, o si no te quemarás, mejor hazlo con un diario y lo lanzas de prisa
así evitaras quemarte ¿no le prometiste a tu madre que lo harías?
Y Elissa se acordó de la promesa que le hizo a su madre – solo lo haré por eso–, le
aclaró al supuesto dios del fuego.
Un poco más tarde, la pequeña Elissa jugaba en el patio, pero no estaba nevando y
ella vestía un uniforme de capitana como en el ejército.
- Soldados, buenas tardes –saludaba muy entusiasta– hoy vamos a aprender hacer
fogatas, pero mejor vamos a jugar al pasto que es mejor que la tierra.
Micifuz y Cochinín no hacían caso a lo que la pequeña niña le hablaba, ya que ellos
no nacieron para eso.
- Soldados, si no me obedecen no les daré de comer – los amenazó Elissa y a ellos
no les quedó de otra que traer leña y colocarla sobre el pasto
- Enciéndanlo– ordenó. Los animalitos lo iban a hacer, pero otra vez la voz, más
bien el Dios del Fuego, les habló advirtiéndoles que no lo hicieran.
- Otra vez eres tú, extraño Dios. ¿No te das cuenta de que los grandes no pueden
jugar con los niños? Mejor lárgate.
- Pero Elissa si lo haces, el fuego se expandirá por todo el pasto y también a tu
casa ¿cómo crees que reaccionaría tu madre si cuando llega ve sólo cenizas?
- Tú y tus excusas, no debes decirme lo que debo hacer, eso yo ya lo sabía – le
aclaró algo molesta– . Soldados, marchémonos hacia la habitación a comer
pastel y beber bebidas– , agregó mientras tomaba a su lindo gatito y se
marchaba.
Cuando ya estaban allá, estaban de lo más bien mirando televisión hasta que se
volvió a escuchar la voz de aquel dios que le pedía a Elissa que apagara las luces que no
estaba usando.
- Pero qué abrumante eres, Dios del Fuego, eres un entrometido. ¿O me vas a
decir ahora que eres el Dios de la Felicidad?
- Nada de eso, pequeña niña, a veces las cosas que los adultos dicen suelen ser
pesadas, pero todas son por nuestro bien y yo te lo digo por que si tienes todas
las luces prendidas habrá una sobrecarga y eso provocará un incendio.
- Me rindo –dijo la pequeña Elissa, apagando las luces que no usaba– tú y tus
excusas. ¿Por qué mejor no llevas a mi perro, a mí y a mi gato a conocer la
Ciudad del Fuego?
- Por supuesto, sólo si me prometes que serás más precavida. Para así no provocar
ningún incendio.
- Te lo prometo–, le respondió.
Luego se marcharon y aparecieron en una ciudad muy verdosa, llena de lindos
árboles y plantas. No era como Elissa lo esperaba. Ella se imaginaba algo parecido al
infierno. Entonces, preguntó al Dios por qué era así la ciudad.
- Tú sabes que soy el Dios del Fuego y yo no permitiría que el destruyera las
ciudades del mundo por su poder, a menos que alguien la haga, así que debes
cuidar todo protegiéndolo de las llamas.
- Sí, por supuesto – dijo Elissa, poniendo su mano derecha y estirada en su frente
como un soldado valiente.
- Toc-toc – se escuchó la puerta en la casa de Elissa y su perro Cochinín le
lengüeteó la cara para que despertara.
- ¿Era un sueño? – se preguntó Elissa algo decepcionada. Pero no importa, igual
me sirve para protegerme.
Cochinín le dio una mirada a la Biblioteca y luego a Elissa. Ella miró hacia ella y
vio un libro que decía “Instructivo para prevenir Incendios”.
- Mira, Cochinín, este manual es muy parecido a lo que habló el Dios del Fuego
en mi sueño.
- Claro– les dijo una voz. Yo siempre te estaré cuidando, al igual que mi querido
amigo el Dios del Fuego.
Elissa supo que era su padre quien le hablaba y cuando su madre llegó, le contó lo
sucedido. Hortensia le besó la frente y le entregó un libro que estaba titulado...
* * *