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Estampillas
“UN SUEÑO”
Tercer Lugar del Tercer Nivel
Autor: Paulo Antonio Oñate Oñate
Edad: 15 años.
Colegio: Liceo “Pedro del Río Zañartu A-87”
Curso: Segundo Año “B” Educación Media
Comuna: Talcahuano
Región: Octava del Bío-Bío
* * *

La luna resplandecía hermosa en la noche...Una agradable brisa hacía que las
primeras horas de tan larga jornada parecieran de ensueño, pero los sonidos de alarma y
horror no permitían concentrar a Antonio, un Voluntario del Cuerpo de Bomberos, quien no
podía dormir, pese a que su turno no había terminado, se había quejado de un dolor
estomacal y lo habían mandado a recostarse (de tez morena, ojos expresivos, era lo único
que se recordaba de él). De pronto, un recuerdo vino a su memoria; acompañando este
sentimiento se le venía una honda melancolía, sus ojos estaban empapados en lágrimas, en
realidad él se consideraba todo un hombre, no se permitía llorar, su vocación no se lo
permitía, pero su angustia lo abatió y no pudo más, sumido en sueños y recuerdos, se vio
rodeado de memorias que venían hacia él, su trabajo lo había convertido en un ser
calculador, frío y matemático, pese a que su corazón era blando y abierto a emociones
tiernas y agradables. Hace cerca de dos años que no mostraba esos sentimientos, estaba
realmente confundido, era una mezcla de melancolía, miedo, un revoltijo de emociones que
fluían por su piel y su interior, que encarnaban a Antonio Bohórquez, que ya sólo él
conocía, que ya sólo él recordaba, que ya nadie sentía. Entonces estuvo así pasadas varias
horas, su turno se había ido hacia largo rato, pero él inclemente suplicaba a sus compañeros
para que no lo llevaran al médico, seguía en su camastro, empapado de sudor y de frío.
De pronto, sin previo aviso, no oyó nada, sólo su corazón, el sonido de su palpitar,
fluía confundido con el sonido del reloj, variando en un tic-tac, sus ojos se abrieron de par
en par al ver en él a la persona por quien cambió, por quien su existencia desvarió dejando
una huella en el alma de un hombre normal, dentro de la armadura de la frialdad. En esto
pensaba alarmado, cuando cedió y cayó vencido por el sueño y regresó a su pasado normal.
Su alma despertaba después de llevar dormido dos extensos años, su cuerpo y ser se
confundían con un extraño sonido, con un extraño llamado de perdón, con un llamado de
clemencia, de cambio, en realidad la voz era de alguien conocido. Al abrir los ojos se vio en
una plazuela arriba de un carro bomba, este iba a toda marcha, veloz e implacable, sus
pensamientos estaban como la nube de humo espeso que brotaba de un edificio alto, casi
toda la gente daba gritos de desesperanza y dolor, de sufrimiento, de confusión, pese a ser
seres razonables, nadie se entendía, nadie quería saber qué aquejaba al otro, tal vez algunos
trataban de ayudar, pero eran tan desafortunados que en vez de ayudar empeoraban las
cosas y confundían al resto.

En una esquina, a metros del edificio se detuvo el carro bomba, bajaron todos los
bomberos, sus miradas se dirigieron de inmediato hacia las inconmensurables llamas,
debían de examinar la situación, ver qué debían hacer, debían ser precisos. Si tomaban
alguna decisión, debía ser en ayuda de todos, entre la confusión se oían ruegos, el edificio
se derrumbaba con la gente en su interior, al ver cada vez más lejos a sus seres queridos,
lágrimas de dolor corrían indiferentes por las caras. Rápidos y confiados, los bomberos
tomaron sus herramientas, dispararon ante su enemigo, esto no lo hacían todos, tres se
adelantaron con hachas y cosas así. Entre ellos, Antonio, con su tez morena y sus ojos
llenos de brillo y esperanza.

El edificio era uno de esos antiguos, su puerta de madera la tuvieron que romper
para poder entrar. Adentro, todos se separaron, todos confiaban en todos, todos depositaban
su confianza en el otro, Antonio en uno de ellos, él eligió subir las escaleras que estaban en
llamas y a punto de derrumbarse, ya en el tercer piso oyó algo que lo dejó marcado de por
vida, una voz sincera, casi angelical, casi demoníaca, casi terrenal, ante él una pequeña niña
de cabellos oscuros, ojos profundos y cansados de la vida. Antonio, amable, estiró sus
brazos y dejó caer el hacha en señal de “paz”, la niña adelantó un paso y su pequeña boca
se abrió: -Por favor, vete, ya nada importa mi vida, ya no interesa, estas llamas que alguna
vez amé me han dejado y han tomado todo lo que apreciaba, mis padres...- su voz se
quebraba a instantes.

De pronto, un ruido quebró aquel momento, el techo se desplomaba y una viga iba a
caer encima de la niña, que no superaba los diez años. Antonio, en una acción de heroísmo
saltó y acurrucó entre sus brazos a la niña, la viga ardiendo cayó en la espalda del hombre
dejándolo tumbado de bruces, pero su conciencia no se fue del todo y pudo ver cómo la
niña inocente abrazaba el cuerpo inerte de un hombre. Antonio supuso que era su padre, la
niña vio a su salvador herido y le sonrió para luego caer de espalda escalera abajo, con un
grito horroroso y que quedó en la memoria de Antonio. Él, como pudo, se paró y
olvidándose del humo y de sus piernas, incluso del fuego, fue a ver al hombre y notó que
aún respiraba, como pudo lo levantó y con el esfuerzo más grande de toda su agitada
carrera, lo llevó escalera abajo, pero como se había cortado antes, la escalera estaba a punto
de desplomarse y así ocurrió. Antonio y el hombre cayeron en un derrumbe de llamas, de
maderas, humo y polvo, aplastando todo lo que estaba debajo.
Al despertar, Antonio se dio cuenta de que estaba en el hospital, sus pensamientos
se habían centrado y sólo unas gotas de sudor confundieron tan apacible amanecer, se dio
cuenta de que su pierna le dolía demasiado, sus magulladuras ardían increíblemente, pese a
que habían sanado hace años, había vuelto a la realidad. De pronto, tocaron la puerta y una
mujer entró con un ramo de flores y un parche en el ojo izquierdo, vestía de luto.
- Antonio ¿cómo estás?, veo que no muy bien, lamentablemente no me podrá acompañar,
recuerda que hoy es el aniversario de ambos, de los que usted asesinó –su voz se había
puesto melancólica.

El no contestó y sólo cerró los ojos y su mente le dio las imágenes que guardaba en
su interior: la niña, el derrumbe, la sangre, todo eso para él era un hondo secreto que lo
carcomía, pero él había tomado una decisión.
- Mi hermosa señora, mi persona ya no me permite más, le pido, le ruego me
perdone, yo no pude hacer nada.
- Su mirada volvió a ser la de antes.
La mujer sorprendida al ver tan rara expresión en el hombre, se marchó, él
quedó solo con su decisión, cerró los ojos y susurró: “tal vez hice mal en guardarte,
pero ahora me voy hacia ti...” y durmió para siempre.
* * *