Tu uniforme, ese viejo uniforme, es quizás uno de los últimos recuerdos palpables
que guardas con terquedad inigualable, porque sólo tú y yo sabemos que eres terco.
Tus oídos sordos alcanzan a escuchar nuevamente la sirena...tus ojos nuevamente se
encuentran extraviados allá afuera, en esa atmósfera abrumadora. Ese, tu fuego,
nuevamente, se avivó, sientes que salen de ti esas esperadas alas que siempre esperaste, te
entregas a ese suave y agradable deleite... ¡Corre viejo, corre!. Tus manos y pies vuelan,
dejando a esa despaldada silla, amiga tuya atormentada en medio de esa habitación
silenciosa...¡Vuela, vuela! Sientes al viento siempre amigo, a veces enemigo, acariciar con
su suave mano siempre segura aquella escasa melena que llevas porfiadamente sobre tu
frente y que ya hace bastante tiempo quiere dejar de serlo... Sientes en tu pecho arder el
fuego de tu corazón avivado por el gozo que lo calma a cada instante. Te sientes agotado
por la inclemencia de la noche, sabes que estás afuera, esa inclemencia nunca hizo a tu
mano torcer y no lo hará ahora, ahora menos que nunca.
Divisas a tu nieto empeñado en cumplir, lo admiras, le besas la frente, dejas caer tu
mano sobre su hombro de hombre joven e inexperto, tu nieto, tu único nieto... No es
necesario que lo preguntes, lo harías de igual manera, sí, puedes ayudarlo. Nunca en tu vida
aceptaste una negación, pues eres terco.
No sabes cómo, pero quedas siempre absorto en ese ambiente que siempre fue tuyo,
fue tu única vida, no sabes cómo...Viejo, ese fuego tuyo tan vivo, por fin, al fin se extinguió
de tu corazón. Tus manos marcadas por el incansable trabajo que ejerciste como
Voluntario, tus pies cansados, y tus ojos siempre tristes de viejo terco, al fin están rígidos.
Tu vieja y débil espalda quedó así apoyada en esa también antigua silla de ruedas, siempre
amiga y compañera.
El incendio terminó...¿lo sabías?...lo lograste, lo conseguiste, estuviste allá afuera
dando lo único que te quedaba...terco, y sólo tú y yo lo supimos.
* * *