“UN BOMBERO EN NEW YORK”
Primer Lugar del Tercer Nivel
Autor: Mirna Elizabeth Arias Rubilar
Edad: 14 años.
Colegio: “Complejo Educacional Claudio Arrau León”
Curso: Primer Año “E” Educación Media
Comuna: Carahue
Región: Novena de la Araucanía.
* * *
John, ¿ Cómo podré olvidar su nombre? Su agradable aspecto, su alegría, su espíritu
de servicio. Era un hombre trigueño, mediana estatura, quizá uno de los más bajos de la
compañía, comparado con los gringos neoyorquinos. Su figura quedó grabada en nuestras
pupilas y en nuestros corazones.
La mañana del 11 de septiembre transcurría sin novedad, nada hacía presagiar lo
que horas más tarde cambiaría el curso de la historia. Recuerdo que esa mañana me levanté
más tarde que lo acostumbrado, sin embargo, un poco intranquilo y con ganas de hablar con
alguien. Llamé a John, pensando que estaría en su hogar, pero estaba haciendo algunas
compras en el supermercado. Le comenté acerca de mi inquietud, pero sus optimistas
palabras me hicieron olvidar mi preocupación. Una hora más tarde, cuando me disponía a
salir de casa, sentí la bocina de su auto y salimos a dar una vuelta juntos.
Su presencia no me sorprendió, él siempre estaba dispuesto a acompañarme, como
en nuestra niñez. Cuando perdí a mi padre, comprendió el gran dolor que me produjo su
partida, trató de reemplazar el vacío que había quedado en mí, desde entonces supe que
podía encontrar refugio en John. Fue así como construimos una férrea amistad. Crecimos
juntos. Por eso, cuando él se casó y emigró de Chile, me sentí muy solo y al poco tiempo
decidí aceptar la oferta que continuamente me proponía de que me fuera a New York a
probar suerte.
Sumido en mis pensamientos no me percaté de que la mañana había avanzado
considerablemente. Consulté mi reloj sin hacer comentario y en ese mismo instante nuestro
silencio fue interrumpido por sonidos simultáneos de sirenas que nos indicaban que algo
muy grave estaba sucediendo. John encendió la radio y rápidamente nos informamos de un
hecho escalofriante, ¡no podía ser verdad!. Cruzamos una mirada de asombro ¿Quién? y
¿Por qué? Inesperadamente, sin motivo aparente, el Wold Trade Center ardía en llamas.
Temblorosos e indecisos nos dirigimos al lugar de los hechos. Nunca habíamos
experimentado en nuestra vida bomberil una sensación de tanta impotencia. Al llegar nos
enteramos de que un avión había impactado la torre norte. Mientras corríamos de un lado a
otro sin saber qué hacer, a medio vestir nos incorporábamos a las faenas de rescate,
sumándonos a centenares de bomberos que ya estaban apostados en el lugar, se hacía
imposible escuchar las voces de mando en medio de los desesperados gritos de tanta gente.
Una vez que se despejó un poco el área, logramos ubicar las puertas de entrada de
una de las torres. John se armó de valor y en forma decidida entró al edificio, pero en ese
instante otro avión suicida impactó la segunda torre, el espectáculo era horroroso, por decir
lo menos, nunca me sentí tan insignificante, frágil e indefenso. No sé cuantos minutos
pasaron, desde la entrada de John a la torre, sólo de una cosa estaba seguro, tenía que
acompañarlo, era mi deber. Tratamos de ayudar a muchas personas a salir de esa hoguera
infernal, de esa bomba de fuego. A medida que pasaba el tiempo, el edificio iba
consumiéndose, junto con las pocas fuerzas que nos quedaban debido a la fuerte tensión
que nos originaba el hecho.
Entre el humo, la oscuridad y el polvo, perdí de vista a John, no sabía si se
encontraba dentro de la torre o había salido. Preso del espanto, me olvidé del resto de la
gente y empecé a buscarlo desesperadamente. Un sudor helado se apoderó de todo mi
cuerpo, quise gritar pero mi garganta no emitía sonidos, tenía la boca completamente seca.
A mi alrededor había gente que estaba en peores condiciones, la gente se agolpaba en las
escaleras, bajando de manera inusual. Mientras unos luchaban por abandonar el edificio,
otros teníamos que esforzarnos para ir al rescate de las personas.
Intenté subir la escalera para poder ver a John, justo cuando descendía con una joven en
sus brazos, sus pasos eran lentos y cansados. Fui en su ayuda y la llevamos hasta una puerta
del edificio y unos compañeros la sacaron fuera. Tomé del brazo a John que parecía
desplomarse y le dije:
- ¡Ya es hora de salir!
- ¡ Imposible! Hay mucho por hacer aún. Ellos me necesitan.
- Tu esposa e hijos también te necesitan.
- Ellos están a salvo-, me respondió.
Mientras me quitaba su brazo, señal de su irrevocable decisión de permanecer allí, volví
a tomarlo del brazo izquierdo, con más fuerza que antes y le dije decididamente:
- John... ¡escúchame!, ya no hay tiempo que perder, o salimos ahora o nunca.
- Sólo saldré cuando nadie más necesite de mí.
Sus ojos reflejaban la absoluta convicción de sus palabras y me ordenó salir. Por un
momento me sentí un cobarde, estaba tratando de torcer la voluntad de un hombre de carne
y hueso como yo, pero de voluntad de hierro. Me encaminé pesadamente hacia el área de
salida, pero mi corazón se negó rotundamente a avanzar y volví nuevamente para rogarle en
todos los tonos y gestos que abandonara la torre, pero al verme adivinó mis intenciones se
alejó diciendo: “Diles que los amo”. Al tiempo que una estructura metálica caía
abruptamente en medio nuestro, separándonos para siempre. Dos siluetas se acercaban y me
obligaron a salir, dejándome sin opción alguna.
Lo que vieron mis ojos después, jamás lo olvidaré. Porque ni la más terrible pesadilla
que un hombre pudo soñar se le compara. Fracciones de cuerpos quemados por doquier,
llantos, gritos, gemidos, sangre, agua, fuego, cenizas, imaginé que ni el infierno sería tan
terrible.
Ya fuera de peligro, pude observar cómo se desplomaba y consumía el resto de la torre.
Un grito desesperado escapó de mi garganta – ¡John!- y mis piernas temblorosas me
hicieron buscar apoyo en el piso, donde lloré desconsoladamente. No supe cuánto tiempo
pasé intentando controlarme, hasta que finalmente recordé que el auto de John no estaba
lejos de allí. No sabía qué hacer, si quedarme ahí por más tiempo o ir a casa de su familia
para comunicarle lo sucedido y acompañarla en su dolor.
No sabía si tendría valor para llegar hasta allá, por lo que solicité a un colega bombero
que me acompañara.
Mientras hacía el trayecto, reflexionaba sobre la fragilidad del ser humano, frente a la
omnipotencia de Dios. Dos torres construidas con materiales especiales a prueba de
incendio, se consumieron como dos cajas de fósforos. Recordé las historias que me contaba
mi madre de mi Biblia ilustrada, como aquella que nunca olvidaré, la torre de Babel, que
fue una obra desafiante, que no prosperó. Un Titanic que en su viaje inaugural fue a dormir
al fondo del mar...
¡Qué sobrias son las madres, que enseñan a sus hijos la humildad!
* * *