Me di vuelta y vi lo que no quería ver: un niño al que no le quedaban lágrimas.
Tirado en el suelo, con tres de mis compañeros tratando de revivirlo, estaba el pequeño
quien tantas veces me pidió con su mirada que entrara a esa pieza y lo salvara.
Fallé, por primera vez, fallé. Yo podría haber evitado el sufrimiento de ese
pequeñito, podría haberlo abrazado, haberlo sacado de ese infierno y llevarlo afuera a
esperar a su mamá, a su hermana o a quien sea que saliera... Podría haber calmado su llanto
y haberlo protegido de ese fuego horrible que poco a poco consumió su hogar.
¿Por qué mi mente reaccionó tan mal?, ¿en qué estaba pensando cuando vi a ese
niño que no me acerqué a protegerlo?, ¿soy acaso un mal bombero?
Escapé, como un cobarde, pero ya no resistía nada más. Me sentía tan mal, que
preferí correr, correr fuerte y tirar mi casco donde cayera.
¿Qué fue lo que pasó?, ¿fui un bombero al que se le olvidó lo que tenía que hacer?
¿o fui un simple hombre que se desesperó y no pudo actuar?
Nunca pensé que ser bombero fuera tan difícil. Yo creía que era cosa de subirse al
camión en busca del incendio, tomar la manguera y apagar el fuego. Pero no es así, es
mucho más que eso; en cada incendio hay vidas que rescatar.
Veo esa triste y pálida carita....
Todos los días antes de acostarme pienso en él y, es que no lo puedo olvidar. Me
pregunto si ahora estará bien.