Dama de fuego
PRIMER PREMIO- III NIVEL (1°-2° MEDIO)
Viviana García Espinoza
Liceo Juan Cortés-Monroy Cortés, Taltal (II Región)
“III Concurso Nacional Escolar de Pintura y Cuentos, Bomberos de Chile". 2000
Era la tercera vez que asistía al Cuartel para preguntar por mi solicitud de ingreso como Bombera a la única Compañía de mi pequeño pueblo Redil. Para suavizar mi creciente nerviosismo en este mediodía caluroso, camino hacia la plaza, flanqueando la hermosa iglesia eiffeliana, cuya cúspide hiere el cielo como dos brazos unidos al firmamento en señal de oración. Vuelvo sobre mis pasos...
Unas sonrisitas socarronas de algunos jóvenes Bomberos me saludan, mientras paso enfrentando el alto horizonte marino. Inquieta aún, regreso al Cuartel. El Comandante en persona se me acerca.
- Hemos concluido que debemos hacerle unas pruebas físicas y técnicas este próximo domingo a las diez horas para tomar una decisión definitiva, Señorita Ríos.
- Muy bien, Comandante, el domingo estaré aquí... Muchas gracias-. Y me alejo, pensando en que su fuera un varón no me harían ninguna prueba ni tanto trámite. En fin, me dijo, siempre las mujeres tenemos que demostrar que somos doblemente mejores. Caminé hacia mi casa subiendo por una calle hacia los cerros. El picarón del conocido cerro pareció cerrarse para guiñarme su único ojo.
-¿Cómo te fue mi amor?-, inquirió mi madre, apenas atravesé el umbral de la puerta, mientras papá, sonriendo, bajaba con su control el volumen del televisor para escuchar mi respuesta.
Al terminar de contarles, mi padre dijo:
-Bien, ahora si tiene una esperanza concreta. Confía en ti misma como nosotros lo hacemos- y se acercó a mí para confortarme con un cariñoso abrazo.
Al domingo siguiente, me encontré caminando por la Plaza de Armas, inquieta y ansiosa.
Por enésima vez pasé frente al monumento en homenaje al Padre de la Patria. Su estructura cerraba una de las entradas de la plaza y rompía la armonía del hermoso paseo original. Dos minutos antes de las diez, atravieso diagonalmente hacia la esquina de la iglesia, saludando a los taxistas.
-Buena suerte- me dice uno de ellos, al tanto de mi "prueba de fuego". "Pueblo chico, infierno grande", me digo y le sonrío.
Al llegar al Cuartel, el Comandante, rodeado de otros Bomberos -todos de uniforme- me saludan, mientras capto entre los más jóvenes la sonrisa irónica que me ha perseguido todos estos días.
- Señorita Ríos, tenemos aquí tres sencillas pruebas que requieren sólo algunos minutos... Yo estoy de su parte, pensando en el bien de nuestra Compañía; pero usted debe demostrarnos su capacidad, habilidad y temple-. Su rostro curtido se quiebra en su sonrisa cálida.
Primero, ponen una larga escalera apoyada en la pared de la parte exterior del Cuartel y me indican que debo subir y bajar en tres oportunidades, sin detenerme.
Al final, cuando bajo terminando este primer obstáculo, mi pecho se agita y el rubor, por el esfuerzo, cubre mis mejillas. Algunos de los jovencitos sarcásticos, mirando sus cronómetros se muestran ahora sorprendidos por el buen tiempo logrado.
Luego, me entregan un hacha, para que haga un forado en una puerta a un marco metálico empotrado al piso. Alentada por mi primer éxito, ataco la puerta, golpeando con todas mis fuerzas. Al cuarto golpe, la puerta cede y deja un orificio. El tiempo también es excelente.
El asombro muta ahora en simpatía.
Finalmente, nos dirigimos a la esquina de Prat con Ramírez. Allí, debo concretar una manguera al grifo. Un Bombero libera toda la fuerza posible de la salida de agua, mientras yo sostengo el extremo de la manguera. Me inclino flectando y abriendo un tanto las piernas para soportar el golpe de agua que corre veloz por el interior de la manguera. Un potente chorro baña el pasto y los árboles de la plaza, mientras la gente se aglomera, curiosa. Tiembla mi cuerpo, pero resisto; y luego el paso del agua se hace uniforme y más suave.
El Comandante ordena cortar el paso de agua y se acerca sonriente a mí.
-La felicito, hija- dice entusiasmado, olvidando un tanto la formalidad de su trato anterior. -¡es usted nuestra última y flamante Voluntaria!-
Dos meses después, mientras atiendo a un cliente en "El Gran Remate", lugar donde trabajo, el ulular de la sirena me anuncia un incendio. Pido rápidamente permiso a mi patrón y corro por la calle Prat. Doblo raudamente en la esquina de la notaría y acelero aún más mi paso. Al llegar, tomo una casco y una chaqueta, mientras me calzo unas botas.
Subimos al carro que ya avanza hacia la puerta y nos dirigimos al sector del antiguo ferrocarril. El incendio está ocurriendo en la antigua casa de la gerencia, ubicada sobre la colina más elevada del recinto ferrocarrilero. Allí vive don Juan con su familia, la señora sale angustiada a nuestro encuentro, seguida de sus tres hijos.
-¡Salven a Juan! Está atrapado bajo una viga que cedió por efecto del fuego...- y rompe a llorar desconsoladamente.
El Comandante divide sus fuerzas. Mientras algunos atacan el fuego, yo y algunos de mis compañeros nos dirigimos hacia donde está don Juan. Desesperado, medio aturdido por el golpe de la viga que le aprisionaba el pecho, pregunta por su familia.
-No se preocupe. Todos están bien y a salvo-. Mi noticia lo alivia y cierra los ojos entregándose a su somnolencia. Sabiendo que no puede perder la conciencia, comienzo a conversar con él, obligándolo a responderme. En tanto, mis camaradas retiran materiales alrededor de la viga. Finalmente, quince minutos después, podemos, entre todos, levantar el grueso madero y liberar al lastimado hombre. El fuego también ha sido dominado. En el mismo carro llevamos a don Juan al hospital, subiendo por la Avenida O'Higgins. En el hospital curan al accidentado que tiene una herida profunda en el pecho y ha perdido una considerable cantidad de sangre. El doctor felicita a nuestro Comandante por mantener al herido consciente.
-Felicíteme a la Señorita Ríos, no a mí- le dice -Es evidente que las damas, y especialmente ella, tienen mayores habilidades afectivas que nosotros... Creo que ahora le dicen "Inteligencia Emotiva". En fin, me alegra comprobar que tenía razón al respaldarla. Con ella, nuestra Compañía es una unidad más completa.
Sus palabras aligeraron mi corazón: sabía que había ganando el respeto de mis pares.